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Elton John, dulce y vibrante melancolía en su despedida de Barna

Carecía del ‘sex appeal’ de Jagger o Bowie y en escena, sentado al teclado, veía limitada su soltura como estrella pop, mas Elton John se las apañó en su día para sobresalir con su catálogo de tonadas (en tándem con el letrista Bernie Taupin), ya fuesen ‘sad songs’ o números para el baile bajo la bola de espéculos, con ánima de ‘entertainer’ y un punto de rareza. Todo ello toca a su fin, mas el espectáculo debe continuar reluciendo hasta la última escena, y así fue este lunes en el primero de sendos conciertos de despedida en el Palau Sant Jordi, llenos de emociones mezcladas.

Disfrute, melancolía y algo de desahogo en una audiencia que había adquirido sus entradas en el recóndito otoño de dos mil diecinueve y que se había debido comer el aplazamiento de los ‘shows’ en un par de ocasiones. De ese espíritu participó el propio Elton John, que al poco de abrir la actuación (con piano el ‘staccato’ de ‘Bennie and the Jets’) festejó, respirando hondo, “estar por fin acá tras todo este tiempo”.

Blues de videoclip

Si bien su producción se extiende durante más de cincuenta años, el escrutinio final que representa esta vira, ‘Farewell yellow brick road’, limita el periodo de gloria a una década y media: diecinueve de las veintitres canciones escogidas son de los años setenta (y otras 3, de los ochenta). Yendo al grano, ‘Philadelphia freedom’ desplegó prontísimo sus brillos proto-‘disco music’, todo efervescencia en la gigantesca pantalla de vídeo reclinada, camino del sensiblero mas infalible ‘I guess that’s why the call it the blues’.

Esta vez no hacía falta disimular que se trataba de mirar cara atrás. De eso se trataba, y ‘Border song’ trajo el recuerdo de cuando Aretha Franklin amoldó la canción. “Probablemente fue uno de los días más felices de mi vida”. Sir Elton, con su grosor vocal en buen estado a los setenta y seis, relamiéndose en las improvisaciones al piano (‘Rocket man’, muy estirada) y gozando de los recovecos de piezas parcialmente oscuras como ‘Have mercy on the criminal’ y ‘Take me to the pilot’. Y la serpenteante ‘Someone saved my life tonight’, evocadora de los días en que llegó a ponderar el suicidio para escapar de un noviazgo insatisfactorio.

Regreso a Marilyn

Exuberancia de esos ‘deep cuts’ en el corazón de la noche: ‘Levon’ canto sobre el tipo que se aburre hinchando globos, metáfora de un ritual familiar. Y tras un ‘Candle in the wind’ que recobró su dedicatoria original a Marilyn Monroe (ni indicio de Lady Di en la pantalla), la secuencia de ‘Funeral for a friend / Love lies bleeding’, con bruma carbónica y vistas al prog-rock, y un ‘Burn down the mission’ en llamas. No fue la mejor noche para los entusiastas de ‘hits’ de madurez tipo ‘Nikita’, ‘Sacrifice’ o ‘The one’, desalojados del atril. Sí que hubo sitio para ‘Sad songs’ (con controvertible tacto rockero) y un alocado ‘I’m still standing’.

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La banda no es un tema menor en los conciertos de Elton John, que se detuvo en el elogio de cada uno de ellos de los músicos, con énfasis para el recuperado percusionista Ray Cooper y los tan o más veteranos Davey Johnson y Nigel Olsson. Instante para tomar aire ya antes de la sacudida final, acabada por el trote rocanrolero (bañado en confeti) de ‘Saturday night’s alright for fighting’. Aclames recíprocas: asimismo de Elton John al público, inclinándose ante él.

La única de las veintitres canciones de la noche fechada en el siglo veintiuno, ‘Cold heart’, no es sino más bien un ‘medley’ de viejos éxitos en complicidad con Dua Lipa y el dúo electrónico Pnau. Sonó en el bis, con un Elton John en bata ‘kitsch’ a lo Liberace, acompañado de sendos pesos pesados, ‘Your song’ y ‘Goodbye yellow brick road’, dando comprender que su arte pop trasciende generaciones y que, si bien se retire, no va a faltar quien prosiga cantándolo.

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